jueves, 14 de marzo de 2013

Moonrise Kingdom



Wes Anderson
Moonrise Kingdom
2012 (Cameo)


Wes Anderson
No es fácil calificar a un realizador como el texano Wes Anderson, un verdadero offside del mundo cinematográfico estadounidense, un creador con todas las letras. Sus películas son verdaderos cuentos narrados de forma muy particular, casi siempre colaborando con los mismos actores que interpretan sus personajes con rictus hierático en sus rostros la mayor parte de las secuencias. Anjelica Huston, Bill Murray, Owen Wilson, por citar solo a algunos de los más conocidos, han repetido en varias ocasiones en películas de Anderson. Películas tan curiosas y originales como The Royal Tenenbaums (Los Tenenbaums: Una familia de genios, 2001), The Life Aquatic with Steve Zissou (La vida acuática con Steve Zissou, 2004) o The Darjeeling Limited (Viaje a Darjeeling, 2007), sin olvidar la trepidante aventura animada Fantastic Mr. Fox (El Fantástico Sr. Fox, 2009) han contribuido a forjar una personalidad única, infrecuente y absorbente. A estas viene a unirse la maravillosa Moonrise Kingdom (2012), una disparatada historia de amor de dos adolescentes.
Dos jóvenes (hieráticos en su crecimiento y en sus relaciones) que, durante el período de vacaciones, deciden huir de sus familias para forjar una vida juntos en una playa desierta. Sam Shakusky (Jared Gilman) es un huérfano que pasa unos días en un campamento scout que está cerca de la vivienda de Suzy Bishop (Kara Hayward), en una pequeña población de Nueva Inglaterra. Su fuga pone a todas las fuerzas vivas (incluidas las del campamento) en su búsqueda, ya que se trata de menores de edad.
No hay personaje que no esté tratado con el cariño y la originalidad que Anderson pone en sus historias. Y estos personajes están protagonizados, además, por un elenco de actores de primera magnitud. El policía local Sharp, triste y abatido, es Bruce Willis; Edward Norton hace un papel inolvidable como veterano scout encargado del campamento; Harvey Keitel es el histriónico comandante Pierce, jefe de la zona scout; Frances McDormand y Bill Murray son los desalentados padres de la fugada Luzy; Tilda Swinton se luce como histérica funcionaria de los Servicios Sociales... Un cartel mayúsculo para una película divertida, emocionante, cariñosa y con ese puntito melancólico que siempre rezuman las cintas de Wes Anderson.
La música es de Alexandre Desplat, quizás uno de los grandes de las bandas sonoras de hoy día, y como en otras películas del autor, es un protagonista más de la historia. Asimismo, la fotografía y el diseño de decorados y escenarios se convierten en una delicia compositiva con mucho colorido pop, luminoso y con miradas que buscan la simetría.
Moonrise Kingdom es una película para disfrutar en familia, solo o bien acompañado y, seguro, incitará a ver más películas de Wes Anderson (como me pasó a mí), de las que recomiendo, como elemento muy especial, la banda sonora de La vida acuática con Steve Zissou, de Mark Mothersbaugh (también habitual en las cintas de Anderson) y en la que interviene el brasileño Seu Jorge reinventando las canciones de David Bowie.
Puedes ver el trailer de Moonrise Kingdom pinchando aquí.
Javier Herrero

martes, 12 de marzo de 2013

Sonidos 26




Hilary Hahn y Hauschka. Foto: Mareike Foecking
Hilary Hahn & Hauschka
Silfra
Deutsche Grammophon, 2012

La estadounidense Hilary Hahn es una de las violinistas más famosas de la actualidad. En su haber, premios como un Grammy por su interpretación solista en el disco Brahms & Stravinsky Violin Concertos (Sony Classical, 2001) y una carrera que, pese a su juventud, está trufada de brillantes grabaciones y conciertos por todo el mundo. Volker Bertelmann, que se hace conocer como Hauschka, es un artista/compositor alemán de piano preparado. Valgeir Sigurðsson es un importante productos, compositor, ingeniero y músico islandés, muy conocido por sus producciones para Björk. Los tres juntos han creado una obra singular en el terreno de lo que podríamos llamar música contemporánea: Silfra. Un nombre que responde a una falla llamada Silfra que se halla en las afueras de Reijiavik, la capital de Islandia, como símbolo espacial que une a ambos artistas, Hilary Hahn y Hauschka por situarse en un unto intermedio de sus lugares habituales de residencia.
También es un tributo a los paisajes eternos, pelados, fríos y hermosísimos de esa isla del norte, tan hipnóticos como mágicos, tan evocativos como melancólicos. Una musica que se desliza por los oídos como una fragancia llena de visiones, de sueños y, siguiendo las sugerencias de Sigurðsson, con múltiples facetas de improvisación, lo que se traduce en una sonoridad a medio camino de la música clásica, el pop etéreo de Sigur Rós y los fascinantes ecos que pueden resonar en esas largas planicies llenas de hielo, frío, agua azul y emociones.
Puedes ver el vídeo de presentación de Silfra pinchando aquí.
Javier Herrero

VVAA / Judith Jáuregui
Para Alicia. Inspiración española
Berli Music, 2013


Serán los tiempos que corren; quizás, una búsqueda para tener mayor control de la obra. Hoy, muchos intérpretes de múscia clásica están corriendo los mismos caminos que músicos y grupos pop y están creando sus propios sellos discográficos, para así poder promocionar sus interpretaciones y ofrecerlas con mayor libertad. Precisamente, BerliMusic es un juego de letras con la palabra ‘Libre’ con la que la pianista donostiarra Judith Jáuregui ha querido denominar su propio sello discográfico, que se estrena con una producción muy especial en recuerdo a una de las grandes pianistas de nuestro país y de la historia de la música: Alicia de Larrocha (1923-2009), de quien este 2013 se cumplen 90 años de su nacimiento. En Para Alicia. Inspiración española Judith aborda la interpretación de obras que fueron repertorio habitual de la gran pianista barcelonesa: composiciones de Granados, Falla y Albéniz. Tres compositores de muy diferente personalidad pero que han puesto una marca en la música más importante de nuestro país, recogiendo parte del folclore popular que sonaba en los pueblos de la península. La interpretación de Jaúregui está llena de sensibilidad y respeto y se escucha con la emocioón de los ojos cerrados.
Puedes ver el vídeo de presentación de Para Alicia pinchando aquí.
J.H.

Antonio Vivaldi / Max Richter
Recomposed Vivaldi - The four seasons
Deutsche Grammophon, 2012

André de Ridder, Max Richter y Daniel Hope
No son muchos los que pueden alardear de que sus versiones de obras clásicas tienen la relevancia de convertirse en una obra nueva y no solo de haber recreado con sonoridades modernas aquello que ya era casi perfecto. El británico Max Richter, productor, pianista y compositor de música clásica y minimalista minimalista, se ha enfrentado a una de las obras más clásicas de toda la historia: Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi (1678-1741) con la intención de convertirlo en algo de nuestro tiempo que, aun teniendo sus pies asentados en la melodía clásica, se muestra como algo absolutamente contemporáneo, vibrante y ecléctico.
Muy conocido por la composición de distintas bandas sonoras (Vals con Bashir, Womb o Last Word, entre otras), Richter trabaja con cualquier sonoridad para llevarla al extremo de sus posibilidades plásticas, como las que realizó en su trabajo 24 Postcards in Full Colour (2008), en el que usó 24 tonos diferentes de timbres telefónicos. Otro de sus importantes obras ha sido Songs from Before (2006), basado en los textos de Haruki Murakami, leídos por el músico Robert Wyatt. Vivaldi reinventado o Las cuatro estaciones deconstruídas en un disco delicado, sutil, fragante y muy, muy moderno, con el violinista Daniel Hope como solista y la Konzerthaus Kammerorchester Berlin, dirigida por André de Ridder.
Puedes ver el vídeo de presentación de este disco pinchando aquí.
J.H.

jueves, 7 de marzo de 2013

El pícaro


Fernando Fernán Gómez
El pícaro (serie de TV)
2 dvds (1974) Divisa


¿Será que los españoles somos así? Porque, viendo de nuevo esta inolvidable serie de televisión, resulta que muchos de los comportamientos que en ella aparecen son lo que hoy día llamamos síntomas de corrupción en las instituciones y en el mismo ciudadano. ¿Somos pícaros por cultura, por tradición o es que hemos sabido salir del paso buscándonos como sea las habichuelas? Realmente son muchas las analogías que pueden hacerse entre los tiempos actuales y los personajes de esta producción que creó el gran Fernando Fernán Gómez (1921-2007) para la entonces televisión única de nuestro país, TVE. El pícaro es una serie de trece capítulos, basada en diferentes textos de los maestros de la literatura de los siglos XVI y XVII, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Vicente Espinel, Salas Barbadillo, Alain-René Lesage y el autor anónimo de Estebanillo González. Con todos estos referentes, Fernán Gómez creó un personaje, Lucas Trapaza, que se ha convertido en el arquetipo de pícaro, del que opta por buscarse la vida a costa de lo que sea y sin dar un palo al agua (aunque eso, la mayor parte de las veces, no le sea provechoso en absoluto).
Tan pronto es mendigo, como cocinero, o caballero con espada; tan pronto se bate en duelo como sale huyendo de los líos en los que se mete para, sobre todo, saciar el hambre que todos los días ruge en su estómago. Protagonizado magistralmente por el mismo Fernando Fernán Gómez y, ya desde el primer capítulo acompañado por su inseparable Alonsillo (Juan Ribó), la serie muestra las diferentes aventuras y avatares que los protagonistas sufren. Y no es menos cierto que muchos de ellos logran poner en la picota los comportamientos actuales, porque ¿quién es leguleyo sin haber estudiado nunca leyes? ¿O administrador de fincas sin saber nada del campo? ¿O cocinero sin haber frito nunca un huevo? Así es Lucas Trapaza, un pícaro redomado, un creador de entuertos, un buscavidas profesional. Y el protagonista de una serie magnífica que no ha perdido ni un ápice de su vigencia con el paso del tiempo (aunque quizás hoy día habría sido menos pacata en cuanto a la plasmación de sus aventuras amorosas y eróticas).
Puedes ver un fragmento del primer capítulo de la serie pinchando aquí.
Javier Herrero

miércoles, 6 de marzo de 2013

El libro de la selva

Ilustración de Gabriel Pacheco para la edición de este libro

Rudyard Klipling
El libro de la selva
Ilustraciones de Gabriel Pacheco
Sexto Piso, 2013
Rudyard Kipling

¿Quién no se acuerda de Mowgli, Shere Khan, Baloo, Bagheera, Kaa...? Son los inmortales personajes de una inolvidable obra, El libro de la selva, publicada en 1894 por el escritor Rudyard Kipling (Bombay, 1865-Londres, 1936), el primer autor británico en ser reconocido con el premio Nobel de Literatura, en 1907. El también autor de la magnífica Kim (1901), escribió una serie de relatos que se publicaron en diferentes revistas entre 1893 y 1894 y que fueron englobadas posteriormente en formato de libro, en las que planteaba cuestiones morales protagonizadas por animales de la selva antropomorfizados. Así, El libro de la selva se convierte en una especie de arquetipo de la sociedad humana, con sus distintos protagonistas animales como arquetipos asímismo de las diferentes personalidades del hombre, con sus instintos de protección, amorosos, guerreros, juguetones... Una maravillosa obra literaria de la que la editorial Sexto Piso ha seleccionado una serie de cuentos para su publicación en su colección de Ilustrados.
Porque, sin duda, la capacidad visual e iconográfica que tiene el relato de Kipling ha sido extraordinariamente puesta de manifiesto. De hecho, la primera edición del libro ya contenía dibujos sobre la historia realizados por el mismo padre del autor, John Lockwood Kipling. A nadie se le olvida la vertiginosa y divertida versión en cine animado que en 1967 realizó Walt Disney, aunque en una versión bastante libre. O la película que hizo Alexander Korda en 1942, Jungle book, con Sabú en el papel de Mowgli (por cierto, un film de dominio público que se encuentra en Internet Archive, donde puede ser visionada online o descargada).
Para la presente edición, se ha contado con la deslumbrante imaginación ilustrativa del artista mexicano Gabriel Pacheco, con unas láminas con el gran sabor de las ediciones clásicas en su presentación, aunque con un desarrollo plástico contemporáneo, en el que entremezcla imágenes entre sí para crear una sensación selvática, sobria y muy cercana a las iligranas artísitcas procedentes de la India. Una delicada edición, con un texto que siempre es agradable leer para sumergirse en las procelosas aguas de la moralidad a través de los animales.
Javier Herrero

lunes, 4 de marzo de 2013

El cadillac de Big Bopper


Jim Dodge
El cadillac de Big Bopper
El Aleph, 2007

El 3 de febrero de 1959 una avioneta se estrelló en un remoto lugar, un maizal del estado de Iowa. En ella viajaban tres leyendas del rock’n’roll: Ritchie Valens, Buddy Holly y The Big Bopper, que fallecieron junto al piloto, un suceso que se recuerda como El día que murió la música, un suceso que aparece en la famosa canción American Pie, en la que Don McLean quiso homenajear a estos músicos.
Esto sucedió en la vida real y dio pie a un curioso y original escritor de California llamado Jim Dodge para elaborar el argumento de lo que sería su segundo libro, Not fade away (1987), titulado en la traducción española como El cadillac de Big Bopper. Sus otros dos libros traducidos (y tan fascinantes como este) son JOP (Capitán Swing, 2011) y Stone Junction. Una epopeya alquímica (Alpha Decay, 2010).
El argumento de este título (editado hace ya cinco años por El Aleph) tiene como protagonista a George Gastin, un conductor de una grúa con un espíritu desconcertante que narra su vida en primera persona y habla de cuando , unos años atrás, malgastaba sus sueños de conductor en estafar a las aseguradoras estrellando coches por encargo para cobrar las primas de los vehículos. Por otro lado, una anciana millonaria, excéntrica y virgen se siente seducida por la música de The Big Bopper, el músico texano que muere en la avioneta, y nota el único escalofrío de deseo y pasión que la ha conmovido en su vida, por lo que decide enviarle una carta de amor junto con un fabuloso Cadillac cromado como regalo. Lamentablemente, la mujer fallece, pero deja estipulado su deseo en la carta que se conserva en la guantera del vehículo. Tras la muerte de la anciana, Gastin recibe el encargo de estrellar ese Cadillac para que el hijo de esta pueda cobrar el seguro. Cuando va a cumplir su misión, encuentra la carta de la mujer y siente que su misión es desde ese momento otra de muy diferente signo: cumplir el deseo de la vieja y llevar el coche a la tumba de The Big Bopper para ofrecérselo como ofrenda de amor, como un ritual que celebre la comunión del amor y el rock.
Desde ese momento, el libro se convierte en una disparatada road movie en la que las drogas, el rock’n’roll y el estrambótico sentido de la libertad que tiene Gastin son los verdaderos protagonistas. A lo largo de si alocado viaje, George se va encontrando con multitud de personajes, como poco tan alejados de la realidad como la mente del conductor, a través de los cuales se ven desfilar muchas manereas de entender el mundo, las relaciones personales, la religión, el amor, la fantasía, los sueños y las pesadillas.
Es como una caída libre y sin freno por el laberinto de la locura, un viaje a los infiernos que arden en los recovecos de la mente desquiciada y alterada del protagonista, un infierno que arde con las alucinaciones de los compañeros que va cruzándose durante el trayecto hasta ese lugar indeterminado donde murió la música. Como fue en la película Easy rider (Dennis Hooper, 1969) o en el libro En el camino (Jack Kerouac, 1959), pero sin que el mundo hippie aparezca en absoluto, aunque sí con todas las drogas, anfetaminas sobre todo, a las que es adicto George.
El cadillac de Big Bopper es una hermosa, delirante, vertiginosa y divertida alegoría  del amor y de los amores por descubrir y de aquellos que pasaron. Es un canto a la locura y al desorden mental, brillante y maravillosamente escrito, repleto de reflexiones desconcertantes en medio de ese caótico deambular de situaciones y personajes.
Como dice en el prólogo Kiko Amat, un enamorado de la obra de Jim Dodge, este libro es como una invitación a «una fiesta que nunca va a terminar» y añade, además, que siente envidia de los que entran por primera vez en el libro, «una experiencia inigualable». Un libro trepidante que acelera con el pedal de ese Cadillac protagonista y adquiere velocidad de crucero, a lo que no se puede escapar una vez comenzada su lectura. Un viaje literario infrecuente y casi milagroso, de esos que escasean en las estanterías y se convierten en vivencias únicas. Un libro lleno de anfetaminas, rock’n’roll, fantasmas, paletos, alcohol y, como no, mucho, mucho amor.
Puedes leer las reseñas de JOP y Stone Junction aparecidas en El Desconsciente pinchando aquí.
Javier Herrero