miércoles, 16 de enero de 2013

Saliendo de la estación de Atocha


Ben Lerner
Ben Lerner
Saliendo de la estación de Atocha
Mondadori, 2012

Curiosa sensación la que se experimenta con este libro (que sale sale a la venta mañana 17 de enero en las librerías), habida cuenta de que los espacios y el tiempo que narra forman parte de la experiencia de quien les escribe y de tantos y tantos madrileños y visitantes de esta ciudad. Por un lado, porque está escrita por un norteamericano, Ben Lerner, que pone su historia en manos de un personaje también norteamericano que está de visita en Madrid con motivo de una beca de poesía, muy cercana la ficción a la realidad del propio autor, que estuvo en Madrid en 2003 becado por el Programa Fulbright, tiempo en el que escribió su segundo libro de poesía, Angle of Yaw y que le inspiró su primera novela, precisamente Saliendo de la estación de Atocha, ganadora del Believer Book Award y elegida entre los mejores libros del año por prestigiosos periódicos de su país.
En ella narra algo parecido a la experiencia que pueden tener los conocidos Erasmus que vienen a la ciudad a cursar sus respectivos estudios y convierten la experiencia lectiva en una amalgama de sensaciones provocadas por la inacabable y permisiva vida social, cultural y de ocio de la ciudad (no pretendo generalizar, pero es una constante bastante extendida). Por otro lado, el momento temporal en el que Lerner sitúa su historia es el de los meses previos a un acontecimiento trascendental de nuestra reciente historia: los atentados yihadistas de la estación de Atocha, el 11 de marzo de 2004.
Ambas situaciones hacen que la mirada del protagonista sobre nuestra forma de comportarnos se convierta en algo extraño, sobre todo si estás tan familiarizado con el contexto social y local que narra. Adam Gordon, joven poeta agraciado con una prestigiosa beca, vive en la mismísima Plaza de Santa Ana (quizás, la más turística de la ciudad) y se codea con la vida nocturna, golfante y cultureta (perdón por el vocablo) más cool de la capital. Recorre Huertas, visita el Museo del Prado, se divierte en Chueca y da recitales de poesía en el barrio de Salamanca. Sus amigos tienen una lujosa vida de gentes bien posicionadas y la calidad rezuma en todos los gustos, la moda y las drogas que se consumen. Quizás fuera la imagen que se vendiera desde nuestra ciudad y por eso los extranjeros de visita salen con una visión tan reducida de la vida de la ciudad. Probablemente todo sea reflejo de una proyección de ciudad rica (recuerdo que la acción se sitúa en 2003-2004, tiempo en el que el autor estuvo en Madrid), anterior a la crisis atroz que nos azota, en la que el consumo parecía ser la tónica dominante de aquellos tiempos del “España va bien”.
La narración de Lerner es ágil y entretenida y, pese a esas extrañazas subjetivas al leerla, está bien configurada y planteada, aunque a veces parece que los traumas bipolares del personaje protagonista se canalizan demasiado con el mundo de las drogas (aunque hay gentes pa tó).
En realidad, se trata de un libro metaliterario, donde Lerner, camuflándolo en una sosa historia de amores y desencuentros, habla del proceso de creación literaria, de la inspiración y de los motivos que sirven para que alguien dedique su vida al difícil arte de la creatividad literaria.
Javier Herrero

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