jueves, 28 de junio de 2012

Michel Petrucciani


Michael Radford
Michel Petrucciani
Avalon / Cameo, 2012

Nació con un transtorno congénito llamado osteogénesis imperfecta, lo que vulgarmente se conoce como huesos de cristal, un defecto genético que impide que los huesos se desarrollen con su dureza normal y que crezcan mal y muy frágiles. En su edad adulta no llegó a medir ni siquiera un metro de altura. Una enfermedad que, a priori, habría sido causa de una condena de por vida al ostracismo, pero que en el caso del francés Michel Petrucciani (1962-1999) se convirtió, en contra de lo previsible, en una fuerza inigualable por disfrutar de la vida y desarrollar sus habilidades, que supo canalizar con aprendizaje y abnegación, hasta cotas de maestría que le llevaron a convertirse en uno de los más importantes pianistas de jazz del último cuarto del siglo XX y de los grandes de la historia del género.
Este documental, dirigido por el realizador inglés Michael Radford (autor de la versión en cine de la novela 1984 de George Orwell) rebusca documentos filmados de Michel Petrucciani, tanto de sus actuaciones como de las muchas entrevistas que dio y de declaraciones de quienes le acompañaron en su vida. Un documento que demuestra que la fuerza vital es capaz de superar incluso hasta los más duros e insolubles inconvenientes con que pueda toparse.


Cuando era pequeño, la enfermedad de Michel no le permitía, como es habitual en todos los niños, jugar con sus amigos, darle a la pelota o hacer piruetas y cabriolas alocadas. Estaba condenado a la protección de su familia para que su fragilidad ósea no le martirizara. Nació en una familia de músicos de origen italo-francés, pero, pese a ello, resulta muy graciosa la anécdota que narra el propio Michel Petrucciani sobre el primer piano que le compraron y que, dado su minúsculo tamaño, fué de juguete. Fue tal su indignación que sacó fuerzas de flaqueza para destrozarlo y hacerles ver que su decisión era tocar un piano de verdad. Tras conseguir que le tomaran en serio, comenzó a estudiar piano clásico, pero sus habilidades se dirigían a otro sitio: sus ídolos eran, sobre todo, Duke Ellington y Bill Evans, pero sentía atracción por todas las grandes figuras del jazz norteamericano, por sus discos, sus espectáculos y la magia que transmitían.


Tras probar suerte a los 12 años con su padre Tony Petrucciani en la guitarra (y su profesor de piano) y su hermano Louis en el contrabajo, pronto se destacó su facilidad para despertar emociones con el piano. Su técnica era deslumbrante y su estilo se nutría de la sutileza y las atmósferas íntimas y un gran dominio del ritmo. Los contactos de la familia permitieron que su enorme talento se plasmara en una primera grabación discográfica ya a los 17 años y acto seguido a realizar una serie de conciertos y grabaciones con una formación de trío junto al bajista François Jenny-Clark y al baterista Aldo Romano.


A los 20 años cumple uno de sus grandes sueños: viajar a Estados Unidos, donde se convierte en el pianista del grupo del saxofonista Charles Lloyd, ya retirado, pero que vuelve a la escena por la insistencia del mismo Petrucciani. El éxito es total y la fama le llega de inmediato. Lo que, cuando era niño, le parecía imposible, estaba tomando forma. Ya no solo podía ver a sus ídolos del jazz, a las grandes figuras tocando en los clubes míticos. Ahora tocaba con ellos, que no dejaban de asombrarse con su extraordinaria técnica y su inmensa expresividad con el piano. Es de resaltar que sus manos alcanzaron un tamaño de adulto normal, pero su cuerpo no creció correctamente y a todos sitios debía ser llevado en brazos y los pianos tenían que ser adaptados para que pudiera alcanzar los pedales. Lo que no le impidió convertirse en una de las grandes estrellas del piano de jazz de la historia.
Tampoco le impidió vivir casi con furia su corta vida. Lo probó todo con gran velocidad, quizás a sabiendas de que su vida no iba a ser muy larga, se unió a mujeres, bebió, disfrutó de la vida con ansia. Era divertido y, según los comentarios de las mujeres con las que estuvo, realmente seductor y experto amante. Todo esto se narra con gran fluidez en este documental con algunos momentos muy simpáticos de declaraciones del propio Michel que son contrariadas con cariño por la gente que le rodeaba. Es maravilloso descubrir cómo la fuerza vital de un individuo puede sobreponerse a tanta dificultad y además llegar a deslumbrar como un gran artista que, afortunadamente, podrá ser recordado con los 19 discos de estudio y los 12 en directo que grabó, además de las muchas grabaciones en dvd que se tienen de sus actuaciones.
Un reportaje espléndido que merece disfrutar con detenimiento para después, cómo no, pinchar uno de sus discos y disfrutar de gran música (solo o en compañía de otro/as).
Puedes ver el trailer de Michel Petrucciani pinchando aquí.
Puedes ver la interpretación de Satin Doll en el Stuttgarter Jazztage de 1993 pinchando aquí.
Puedes ver a Michel Petrucciani y a Jim Hall (guitarra) interpetando Beautiful Love en el Festival de Jazz de Montreux de 1986 pinchando aquí.
Javier Herrero

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